Mariposa de pies descalzos
De Luis Quinteros
Obra
ganadora del certamen de dramaturgia “Nuestro
Teatro” organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación Argentina.
Jurados: Lautaro Vilo, Virginia Innocenti, Cristina Merelli,
Andres Bazzalo y Roberto Perinelli. Estrenada en el Ciclo homenaje a Teatro
Abierto.
Estrenada en Teatro El Picadero, con dirección de
Laura Yusem
y actuación de Ingrid Pelicori. Mayo de 2014.
Reposición:
junio de 2015. Teatro Patio de actores. Buenos Aires.
Obra
ganadora del 1° premio en la región Centro-Litoral.
16º
Concurso Nacional de Obras de Teatro -Dramaturgia Regional- del Instituto
Nacional del Teatro.
El
Jurado estuvo integrado por José Luis Valenzuela, Juan Cruz Sarmiento y Jorge
Accame.
Edición
en proceso.
Obra
elegida como Mejor obra para adultos en los Premios Argentores a la mejor
producción autoral del año 2014.
Jurado:
Luis Saez, Martín Bianchedi, Ana Alvarado, Cecilia Hopkins y Mecha Fernández.
Edición
en proceso.
A todos los actores y
técnicos que me han acompañado hasta acá en el camino de la construcción
teatral. A Ecléctica Teatro, agrupación con nombre de mujer que siempre me
reconfigura.
Inés
La
circularidad del pasillo guía el recorrido hacia los palcos, mi cuerpo conoce
de memoria la curva que debe seguir hasta el palco número veintiuno, el segundo
del ala derecha, es uno de los que no se venden, por el ángulo de visión. Los
palcos superiores uno y dos en el ala izquierda, así como el veintiuno y
veintidós del ala derecha, se usan para los amigos de los bailarines, para los
conocidos de los figurantes, para la familia de los acomodadores. Yo no invito
a nadie, familia no me queda, no tengo amigos a los que puedan interesarles
conciertos, óperas o ballets.
Mi lugar
especial, así le digo al pasillo curvo del ala derecha, el contorno de la sala
principal, la periferia bordeaux, acolchada, blanda que recorro cada día de función, en una intimidad casi
infantil… Podría andar con los ojos cerrados o con las luces apagadas… Una
especialista en moverme a oscuras y en silencio, eso soy. La alfombra esponjosa
cubre el territorio por donde me muevo cada noche, cada velada. Ocasiones
únicas. Dos semanas de ópera…
…porque en esta ciudad se
acaba el público, no es como en las grandes capitales donde la gente abunda…
…eso le escuché decir el otro día a un violinista.
Dos temporadas de ballet, una en la primera mitad del año y otra en la segunda.
La orquesta sinfónica y el coro
polifónico tienen presentaciones únicas, ¿esporádicas, se dice? cada tanto, a
veces, de vez en cuando.
¡Qué
lástima! Pienso, tanto trabajo, tanto ensayo. Los músicos, los bailarines, los
cantantes son empleados, igual que yo, cobran sueldo, pero tanto preparativo
para tan pocos días… Como los grandes momentos que una espera vivir, se nos
pasa la vida esperándolos y cuando llegan… una se queda así como si nada, dura,
como diciendo, ¿ah era esto? ¿No se supone que era más?
¡Qué
lástima! Pienso, una sala tan linda, tan grande. Un director famoso, que no voy a decir el nombre, porque
no puedo. Soy una especialista en guardar secretos y también en custodiar
objetos perdidos. Este señor, dijo algo así como que; bueno, él está
acostumbrado a viajar, trabaja en La Capital, conoce grandes teatros del mundo…
dijo:
Este
teatro tiene una de las mejores acústicas de la región, comparable con los
mejores de Europa. Este teatro del interior es uno de los mejores de
Latinoamérica, es una reproducción a pequeña escala del teatro más grande de
Buenos Aires.
A mí me emociona escuchar eso, perdón, voy a llorar…
Lo que pasa es que estoy indispuesta, hace quince días que sangro, la
ginecóloga dice que es parte de los síntomas previos.
(Silencio)
En estas
ocasiones únicas siempre deseo desde lo más profundo de mi corazón que el
teatro esté lleno, no solamente en los estrenos, sino en todas las
presentaciones de “La semana especial”.
Cada día que llego necesito confirmarlo, acercarme
a la ventanilla y preguntarle a Vicente, el empleado de la boletería ¿cómo
estamos para hoy?... seriamente lo hago, con preocupación. Es emocionante
llegar y no tener que preguntar nada porque está puesto el cartelito de
“localidades agotadas”.
María Rosa, mi única amiga del teatro, la que me
enseñó el oficio, me dice:
¡Qué te calentás, vos! si
nosotros cobramos el sueldo igual, si se llena de gente es peor, más trabajo,
los pies nos van a reventar de tanto ir y venir acomodando estúpidos que ni un
billete te tiran, únicamente unas monedas miserables… con suerte. Para mí que
en el Colón no pasa esto, en ningún teatro del mundo se deja sin propina a los
acomodadores.
Yo no opino
lo mismo, me gusta mi trabajo, es una ceremonia entrar por la puerta principal,
el gran acceso del público, aunque después tenga que cruzar todo por adentro
para marcar tarjeta. Me gusta bajar del colectivo, cruzar impaciente la avenida
Vélez Sarsfield… no voy hasta la esquina como debería para usar la senda peatonal,
sino que lo hago por el medio de la calle.
Cada
tarde de mi vida me enfrento con el gran edificio… ¿Parece una iglesia no?... Yo
no soy creyente, pero cada vez que esas columnas me miran del otro lado de la
avenida tengo como una revelación. Pienso en los edificios que están desde
siempre, como las iglesias y los conventos de nuestra ciudad. Aquí estaba este teatro
cuando las calles eran de tierra durante el siglo pasado, desfilaron frente a
su puerta todas las manifestaciones, las luchas, los reclamos, el humo negro
del Cordobazo acarició sus paredes, muchas gotas de sangre mancharon los
escalones de mármol blanco de la entrada. Este enorme edificio estaba cuando el
centro se inundaba por la lluvia, antes de que La Cañada encauce el río Suquía. Justo arriba de la entrada, la escultura
traída de Europa para la inauguración del teatro en mil ochocientos noventa y
uno me recibe; pasaron más de cien años y allí están las tres figuras, la del medio me mira desde las alturas con
los brazos abiertos, en su mano derecha una antorcha y en su mano izquierda una
corona de laureles “bienvenida” parece que dijera y las otras dos a los
costados acompañan el recibimiento tocando sus instrumentos, la de la izquierda
mira hacia el centro de la ciudad y toca la lira y la de la derecha mira hacia
el shopping que está pegado al teatro y tiene una trompeta o algo parecido.
Podría jurar, asegurarles que suena, esa trompeta o corneta cuando cruzo la
calle corriendo, suena.
Uno, dos,
tres, cuatro, cinco, seis escalones subo,
llego al descanso, giro lentamente mi cabeza hacia la izquierda y veo el cartel
en la boletería “localidades agotadas”. Me sube como una convulsión desde el
estómago, se me hace un nudo en la garganta y tengo ganas de llorar, mi cuerpo
empieza a temblar desde los talones, pantorrillas, rodillas, muslos, estómago,
pecho, brazos, manos y mejillas… ganas de saltar tengo, volver a la calle y frenar el tráfico
y gritarles “localidades agotadas”… Me paralizo, me da un sofocón, toda esa
excitación se incendia, ardo, me viene
un calor de golpe en la parte de arriba de todo mi cuerpo. Recuerdo que es otro
de los síntomas. Vicente desde la boletería grita:
¿Estás
bien Inés? ¿Querés que llame a tu jefe?
Estás muy colorada Inés, tenés la cara roja ¿Qué son esas manchas en el cuello?
¿Te sentís bien? Me estas asustando ¿Te acerco un vaso de agua? Inés,
Inés…Inés.
Escucho
mi nombre sin poder entender del todo. Levanto el brazo izquierdo para que
Vicente deje de gritar, después me calmo, respiro, me recompongo y entro al
teatro. Antes de atravesar el hall
principal dejo caer la cartera, el calor de mi cuerpo no baja del todo, lo voy
soportando de a poco, me desanimo, decaigo. En general a esa hora no hay nadie
porque todos mis compañeros entran por la otra puerta, la del costado, por la
calle menor. Me saco los zapatos sin agacharme y los dejo caer, luego camino
por el piso helado, subo los cuatro escalones blancos de mármol anteriores al
descanso del acceso principal a la platea. Cuando voy subiendo la escalera, mi
cabeza gira hacia la derecha y no me veo reflejada en el espejo dorado, dudo de mi existencia, no
estoy segura de que ese momento sea real. Cuando mi frente se apoya en la columna izquierda de la arcada anterior
al descanso y siento el frío del mármol, confirmo que sí es de verdad todo lo
que está pasando. Termina de bajar la temperatura, me doy cuenta que me hice
pis ¿Podrá ser un síntoma? me pregunto. Caen lágrimas calientes, otra señal de
que estoy viva. De a poco dejo de abrazar la columna. A pesar de sentirme
sucia, me repongo, me acomodo, respiro, miro un lado y otro del hall, no hay
nadie… en realidad sí, siento algunas miradas pero esas no tienen voz… escucho
algunos murmullos, camino hacia atrás volviendo sobre mis pasos, estoy algo
desconcertada, me doy cuenta. Conozco cada centímetro del teatro, un detalle
que esté fuera de lugar me pone alerta, avanzo de espaldas para tener una vista
panorámica y ¡crac! Mi cola choca contra
los barrotes dorados de la puerta cancel abriéndola apenas. El ruido de la
calle entra de repente, un bocinazo me perfora los tímpanos y caigo al suelo.
Todos mis sentidos se agudizan: el olor de las baldosas, el chillido punzante
del vaivén de la puerta que me aturde hasta detenerse, los murmullos de las
voces que más de cien años pisaron ese hall, el frío que recibe mi oreja
izquierda del piso, mi respiración agitada y el corazón que golpea contra mi
pecho por dentro doliéndome hasta la garganta en cada palpitación. Estoy toda
mojada de transpiración y de pis, tiemblo por los escalofríos… recuerdo que es
otro de los síntomas. Con la visión
invertida alcanzo a ver una caja de cartón asomada detrás de la columna
derecha, sobre el descanso anterior de acceso a la platea, eso es lo que
desencaja, me doy cuenta. Luego me incorporo y sentada en el piso me aseguro de
estar viendo bien y que esa caja no sea inventada por los síntomas. Está ahí,
no hay dudas, me digo entre susurros… me pongo de pie, ya no estoy mareada pero
siento una rareza en la cabeza, me acomodo el pelo húmedo de transpiración, me
coloco los zapatos que están tirados en el piso y tomo mi cartera, miro de un
lado a otro asegurándome de que no haya nadie, el sonido de mis pasos retumban
en el ambiente… uno, dos, tres, cuatro escalones antes del descanso… vuelvo a mirar
para todos lados y me detengo en la caja, espío adentro y veo los programas de
mano, tomo uno con delicadeza, el pulso me tiembla a medida que lo voy subiendo
hasta la altura de mis ojos, la cantante japonesa de la foto me mira, mi rostro
emocionado se refleja sobre el brillo del papel, no me reconozco.
(Silencio)
En
el programa de cada opera está todo detallado, el elenco, el director, los
músicos, las autoridades oficiales de turno y demás… lo que más me gusta es
leer la historia de cada parte de la obra, acto uno, acto dos, acto tres… el
argumento se dice, me explicó un empleado de la oficina de prensa. Con María
Rosa siempre leemos los resúmenes, somos especialistas en contar el cuento de
cada ópera o ballet, de explicar de qué se trata lo que se va a ver en el
escenario. También se nos pegan las canciones y jugamos a cantarlas en nuestro
lugar de descanso, sin que nadie nos escuche.
(Silencio)
Ese día me
quedé paralizada, el impacto fue como un cachetazo, yo sabía que esa ópera iba
a estrenarse esa noche, sabía lo que significaba para mí, hice un recorrido
rápido en mi memoria rebobinando hacia atrás y me di cuenta que todos los
momentos importantes de mi vida fueron acompañados por alguna versión de esta
ópera, con cada estreno del pasado yo atravesé una situación especial en mi
vida. Acontecimientos insignificantes para el resto del mundo ¿A quién puede
interesarle los detalles de la vida de una acomodadora de teatro?
Lo
que me impresionó fue ver una Butterfly envejecida, se supone que es una chica
de quince años, pero en esta versión no. No reconocí en la foto al personaje,
tampoco me reconocí a mí misma en el rostro reflejado.
(Silencio)
Voy
a tratar de recordar lo que leí, algo así. Primer acto: Un oficial de la armada estadounidense llamado Pinkerton, o algo parecido, alquila una casa
sobre una colina en Nagasaki, Japón, para él y su novia, una chica de quince
años cuyo apodo es Butterfly… significa
mariposa en inglés… El oficial consigue un matrimonio arreglado para llevar
adelante una aventura amorosa, pero para Butterfly, casi una niña japonesa, el
casamiento es de por vida. Él pretende, en secreto, divorciarse de ella una vez
que encuentre una esposa estadounidense adecuada. Butterfly está tan enamorada que renuncia a
sus creencias y se convierte al cristianismo. Por este motivo
es maldecida por su familia.
La primera vez que vi Butterfly fue el día que empecé a
trabajar en este teatro. Era muy joven, una linda morocha cordobesa. No sé qué
pasó con aquella Inés.
Las óperas se repiten. Cada tanto se hace una nueva versión y
no es que el público cambia tan rápido. Las caras son las mismas que van
envejeciendo de una temporada a otra. Algún que otro joven que se suma a los
que vienen todos los años. Algunos no vuelven más, como si se decepcionaran.
Esa primera vez, aquella Inés entendió a Butterfly de una
manera que no se volvió a repetir…
(Silencio)
Las mariposas no nacen
volando, van cambiando… primero salen de huevos como larvas, una mariposa pone
cientos de huevos luego de ser fecundada. De esos huevos salen orugas que se
alimentan de plantas. En un momento de su desarrollo, la oruga se protege en un
lugar resguardado y allí se transforma en crisálida. En este estado no se
alimenta, y sufre grandes cambios. Es como cuando la mujer se desarrolla,
primero crecés en altura, todo el cuerpo se estira, queda desproporcionado, los
dedos largos, los antebrazos torpes, las piernas demasiado flacas para sostener
tu estatura. Después los pechos te crecen y con el primer sangrado no sabés
bien qué sos. De alguna manera también te resguardas para terminar de
transformarte. Yo tenía uno de esos diccionarios enciclopédicos y busqué
mariposas cuando supe que Butterfly significaba eso. Metamorfosis, así se llama el cambio que
tiene la oruga luego de ser crisálida. La mariposa adulta sale rompiendo
el esqueleto externo de la crisálida, como recién parida.
(Silencio)
Me sentía húmeda de transpiración y de pis. El programa colgaba de los
dedos de mi mano derecha que miraba desde arriba. Empezó a ponerse colorada, las venas se hincharon de
sangre y pensé ¡cómo se notan los años
que una tiene en las manos! Por más que intente mejorarlas con cremas y
adornos, por más que las cuide obsesivamente, la sequedad se nota, las manchas
de la piel se multiplican, primero un grano que revienta con el tiempo, luego
una mancha rosada, luego una peca marrón que se va oscureciendo, finalmente una
protuberancia oscura sobre la mano flaca que perdió la gracia.
Después de leer el resumen del primer acto parada en el
descanso del acceso a la platea. ¡Zas! las cortinas de terciopelo se abrieron
sorpresivamente como si alguien me hubiese estado espiando y la música del
primer acto sonó estruendosamente desde el foso. Fue como la corriente de un
río cuando viene crecido. Los músicos probaban las partituras bajo la batuta
del director musical. Los cantantes ensayaban movimientos, los técnicos
ajustaban los cambios de luces. Yo corrí avergonzada apretando el programa con
mi mano derecha, llegué al vestuario donde nos cambiamos, donde dejamos
nuestras cosas, tiré mi cartera y el
programa aplastado sobre la mesita del mate. Me escondí en el baño pensando que
me vieron.
(Silencio)
Escucho
la voz de María Rosa que grita como siempre, yo sentada en el inodoro un largo
rato, apoyada contra la pared, cansada, cada tanto miro por entre mis piernas
el líquido rojo dentro del inodoro. Los gritos de María Rosa me aturden:
Vos
siempre igual nena, no fallás nunca, con cada estreno te viene la regla y hay
que aguantarte llorar. Te ponés re boluda con la música, te escondés por ahí… ni
que fueses vos la actriz. Veo la misma cosa todas las noches durante una
semana, escucho la misma ópera que se repite, medio que me harta. Pero a vos
no, te ponés rara, todos los años lo mismo…
Ella
no sabe que esta vez es especial, que a lo mejor sea la última, que el
ginecólogo me dijo que algo se está terminando, que tenga paciencia.
¿Te acordás de tu primer día
de trabajo? ¡Qué chiquita que eras! no se te entendía nada lo que decías,
hablabas para adentro… Me acuerdo que estabas pálida, te habías manchado el
pantalón del uniforme nuevo ¡qué manera de sangrar!… te tuve que prestar uno
mío ¿Te acordás cómo te ayudé? Ahí nos hicimos amigas para siempre, cuantos
años pasaron dios mío ¿Era esta misma ópera o me equivoco? Contestá che.
Si
era la misma ópera, pero no se trata hoy del sangrado de siempre. Tampoco era
la regla aquella vez. Nunca le conté a María Rosa que en mi primer día de
trabajo, venía de un consultorio, que
había interrumpido… Eran años difíciles, no se podía andar por la calle,
andábamos mirando el piso con temor a que nos pararan para pedirnos el documento…
Tenía una minifalda de lana turquesa con unas botas negras, hacía un viento
helado que traspasaba el can can y me cortaba la piel de las piernas, yo sentía
como la sangre me chorreaba desde el apósito por las ingles, las medias de lana
absorbían la sangre. Estaba mareada, todos me miraban en la calle supongo que
por mi forma de caminar. Pasé por un puesto de diarios, leí los titulares, un
teatro en Buenos Aires se había quemado en la madrugada de ese seis de agosto
de mil novecientos ochenta y uno. Compré ese diario de la tarde que todavía
conservo, no decían las causas del incendio. Tiempo después lo supimos, se
había tratado de un atentado. A mí la política no me interesa, poco entiendo, pero
esa noticia trágica marcó mi vida, se sumaba a las catástrofes que estaba
viviendo, desde entonces con cada estreno me da una hemorragia, como si algo me
castigara, como una condena. La música se grabó a fuego en mi piel. Conozco
cada melodía, cada aria como si fuese una especialista.
(Silencio)
¿Por qué el apodo de ella es Butterfly? Tiene
que haber una explicación. Yo busqué en ese diccionario enciclopédico. Los
machos se exhiben volando cerca de las hembras y producen feromonas sexuales,
en las maniobras de vuelo cubren a las hembras y las llenan de olor. Después de
aparearlas evitan que la hembra sea copulada de nuevo taponando los genitales
de la mariposa con un líquido pegajoso. Por eso se llama Butterfly…
(Silencio)
Es una
ocasión única, todas las entradas vendidas, el teatro lleno. El público se está
acomodando, me duelen las mejillas de tanto sonreír. Yo sé perfectamente lo que
va a suceder. Los clásicos se repiten cada ocho años más o menos, eso le
escuché decir a una bailarina. Ese tiempo pasó desde la última vez, este día es
especial para mí, esta música me hizo vibrar, aquel día de mil novecientos
ochenta y uno, de una forma que no se repitió más. Hoy voy a saber si el
hechizo se vuelve a producir, si me quedan todavía algunos restos de vitalidad.
Camino por la alfombra esponjosa, mis zapatos de taco se hunden en la blandura,
casi como andar descalza, siento el roce de mi pantalón negro, en la parte
interna de las piernas, antes no me quedaba tan ajustado, mi cuerpo está
cambiando, pienso. Otro de los síntomas. Voy pasando de puerta en puerta,
dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve… Aplausos dan comienzo al Segundo acto.
(Silencio)
Yo sigo en el baño. Ya me duché
pero volví a meterme en la intimidad del inodoro. No quiero hablar, no quiero
dar explicaciones. Estoy en un momento crítico… como si fuese castigada por lo
que hice. Mi cuerpo se está secando y es una tragedia. María Rosa se da cuenta
y trata de entretenerme leyendo el programa que dejé sobre la mesita del mate:
Después de
la boda el oficial se fue. A pesar de que pasaron tres años Butterfly aún
espera que Pinkerton vuelva de Estados Unidos, su criada Suzuki intenta
convencerla de que él no va volver, pero ella no la escucha y en un apasionado
intento por convencerla de lo contrario es cuando canta la famosa aria ¿Me
escuchás?
La música
suena en mis oídos y tengo todos los síntomas juntos, calor, sudoración, ganas
de reír y de llorar a la vez. Me parece que María Rosa intenta levantarme el
ánimo cantando. No me pregunta más nada, solo canta… como puede:
Un bel
dì, vedremo
Levarsi
un fil di fumo
Sull'estremo
confin del mare
E poi la
nave appare
Su
dulzura me hace reír, ella es una de las personas que más me conoce. Sin
preguntarme nada, sin molestar, sin insistir. Ella está, su verborragia tapa mi
silencio. Debería contarle la verdad. El día que nos conocimos acá en el
teatro, cuando me descompuse, venía de hacerme un aborto, era muy chica, él se
fue y me dejó sola, tenía una vida por delante. Una intenta hacer como si nada,
seguir viviendo se dice, pero hay un lugar
que no se puede superar, la carga pesa, el silencio ahoga. Cada estreno
me hace acordar a esa noche y sangro como aquella vez. Hoy se termina todo
porque me estoy secando como una planta. El sangrado no va a estar más, va a
ser como dejar de llorar ¿Un alivio?
(Silencio)
Las fantasías
y los sueños pasan en ese escenario, nunca de este lado. No le importamos a
nadie, nunca nos van a aplaudir. Me parece injusto, yo no seré una cantante
lírica ni una primera bailarina pero conozco cada rincón de este teatro mejor
que mi propia casa. Pienso todo esto junto y se me escapa un sollozo, lloro.
María Rosa se da cuenta y para tapar sigue cantando:
E poi la
nave è bianca.
Entra nel
porto, romba il suo saluto.
Vedi? È
venuto!
Io non
gli scendo incontro, io no.
Su
brutalidad me hace reír, hablar durante horas del aumento de los precios es su
tema preferido, su simpleza me hace quererla más. Intenta repetir el aria que
conoce de memoria de estar en los pasillos del teatro durante las funciones.
¡Bueno no
te riás che! Me agarrás para la joda.
Te sigo
leyendo:
Quieren
casarla con otro hombre pero Butterfly no acepta. Llega un cónsul americano
para decirle que el oficial va a volver a Japón pero no para vivir con ella. Butterfly
cuenta que tuvo un hijo de Pinkerton, producto de su noche de bodas… acá es
cuando dice que él podrá olvidarse de ella pero no de su hijo… El cónsul
promete informar al oficial del asunto y trata de persuadirla a casarse con
otro hombre que la pretende pero ella no quiere.
Más tarde Butterfly corre a observar con un
catalejo por la ventana hacia el océano y ve un barco con bandera
estadounidense. Ella decora toda la casa con flores para esperar la llegada de
su amado, cae rendida y duerme.
¿Te das cuenta Inés? Ella pone flores en toda la
casa para recibir a su amor. Las mariposas comen el polen de las flores… por
eso se llama Butterfly… ¿me escuchás?
(Silencio)
Salgo del
baño después de tirar la cadena, la hemorragia se detuvo, un poco. Al abrir la
puerta con violencia María Rosa se asusta y me hace un chiste, yo sonrío. Faltan
algunas horas para el espectáculo. Hay muchas corridas e histerias, gente que
va y viene, cantantes, músicos, asistentes. Todo ese despliegue me emociona.
El espejo
me devuelve una imagen agradable de mí misma, a pesar del entrecejo fruncido.
Me gusta esta mejoría… me veo bien. Esta semana mandé mi mejor uniforme
negro a la tintorería, se ve impecable, ni una arruga, a pesar de que me queda
ajustado me sienta como un guante. Hoy antes de tomar el colectivo para el
teatro fui a la peluquería, me tiñeron y plancharon el pelo, me hicieron las
manos… El esmalte rojo y la pintura de labios del mismo color quedan bien con el traje negro. Estoy lista
con lo mejor de mí.
El
público ya fue acomodado en tiempo y forma, las mismas caras un poco más
viejas. Algunos saben mi nombre, yo saludo como si fuesen viejos conocidos, me
entregan dinero, limosnas que recibo con una sonrisa, sobre todo monedas que
pesan en mi bolsillo izquierdo. Comienza el espectáculo, los músicos vestidos
de negro afinan sus instrumentos, el director musical entra y desde su atril
saluda, los espectadores conocen la convención y aplauden.
María
Rosa sospecha algo porque no me saca los ojos de encima, la tengo a diez metros
y a cada rato me sonríe levantando el dedo pulgar de la mano derecha junto con
las cejas interrogativamente.
El
teatro está lleno, es día de estreno y no quedó un solo lugar vacío, solo los
palcos que no se venden, el dos del ala izquierda, el segundo de la fila y el
veintiuno del ala derecha, anteúltimo de la hilera de palcos altos. Tampoco
fueron ocupados los primeros palcos de los extremos, el uno y el veintidós,
esos directamente dan sobre el escenario.
Estoy
parada del lado de adentro de las cortinas de terciopelo bordeaux en el sector
de la platea, mirando ese primer acto, la cantante que hace de Butterfly es muy
buena. No entiendo por qué en esta versión tiene alrededor de cincuenta años,
seguramente el director lo decidió por algo… No puedo dejar de tomármelo como
algo personal. Que van a decir en el diario mañana ¿La crítica le va a dar
duro? No quiero ni pensarlo. Los instrumentos suenan mejor que nunca, el
vestuario es bellísimo y el decorado más sencillo que el de otras
versiones. En un momento me distraigo y
leo el tercer acto de uno de los programas que quedaron en mis manos.
Tercer acto: Al enterarse de la
existencia del hijo, Pinkerton llega a la casa de Butterfly con su nueva esposa
americana llamada Kate para apropiarse del niño y criarlo en Estados Unidos.
Cuando Pinkerton ve cómo Butterfly ha decorado la casa con flores para
recibirlo, se da cuenta de que él ha cometido un gran error. Admite que es un
cobarde y no puede enfrentarse a ella, de manera que Suzuki la criada y Kate le
dan la noticia a Butterfly. Ella se muestra conforme con entregar al niño pero
pide que Pinkerton venga a verla antes de despedirse de su hijo para siempre.
Mientras tanto, ella se disculpa y se retira a sus habitaciones. Ahí se suicida
con el cuchillo de su padre, se tambalea, besa a su hijo y muere. Pinkerton se
apresura a entrar, pero es demasiado tarde.
Dos
lágrimas calientes corren por mis mejillas. María Rosa me mira y levanta otra
vez el dedo pulgar de la mano derecha
junto con las cejas interrogativamente. Yo sonrío disimulando y hago el mismo
gesto, luego señalo hacia el escenario y cierro los ojos abriendo mis brazos y
luego juntando las manos en mi pecho, como diciendo que estoy emocionada por la
música. María Rosa frunce los labios y mueve su cabeza de un lado a otro, como
diciendo no.
Finalizado el primer acto la gente abandona sus asientos para ir
al baño o salir a fumar. Yo aprovecho el tumulto para escaparme de la mirada de
María Rosa. Me escondo entre los
espectadores que van y vienen. Algunos me preguntan cosas porque reconocen mi
uniforme, otros me piden programas. Llego al nivel de los palcos altos y me
quedo oculta entre las cortinas de terciopelo hasta que todo vuelve a la
normalidad. Ahí escondida recuerdo la enciclopedia. El ciclo de las mariposas…
Machos y hembras se buscan activamente, usando como guía visual su aleteo
característico, y empleando el sentido del olfato. Después de la fecundación,
la hembra pone varios cientos o miles de huevos. En algunos casos la vida
adulta es breve, no durando más que el tiempo necesario para asegurar la
reproducción… Por eso se llama Butterfly pienso.
(Silencio)
Se anuncia
el comienzo, las corridas que escucho desde mi escondite van disminuyendo. La
música del segundo acto arranca luego del aplauso que el público ofrece al director
musical, conozco la convención. Si salgo ahora es poco probable que me cruce
con alguien, me asomo y no veo a nadie.
Siento la
misma emoción que la protagonista, conozco la música de memoria, podría
explicar el argumento de muchas maneras. Primer acto: ella se casa con un
oficial estadounidense y es feliz, el matrimonio es para toda la vida, tiene
quince años y es oriental, renuncia a su fe para casarse con un extranjero, su
familia la odia por eso. Aplauso. Segundo acto: tengo las llaves de los palcos
en mi bolsillo derecho que equilibran el peso del bolsillo izquierdo lleno de
monedas. El recorrido del pasillo curvo del ala derecha es más extenso de lo
normal, dura casi como el segundo acto, me cuesta caminar, los pies me pesan,
parezco una escultura de piedra que de a poco cobra vida, que lentamente va
teniendo signos vitales. El pasillo bordeaux, acolchado parece que latiera en
carne viva, nazco de nuevo como si recordara salir del útero de mi mamá. Segundo acto de la ópera: Tres años después.
La protagonista, abandonada por su amor sufre la espera, le aconsejan casarse
con otro hombre pero ella no quiere, confiesa que tuvo un hijo fruto de su
noche de bodas, ahí suena la música que conozco, vuelvo a vibrar, dejo de ser
de piedra del todo. Me pesa la ropa, voy dejando caer a medida que avanzo, los
programas de mano, mis zapatos, el saco con las monedas, las llaves de los
palcos, menos una. Ahora sí siento la alfombra debajo de mis pies descalzos,
todo se acentúa y los síntomas vuelven, mucho calor sobre todo en el cuello y
en la cara, mareo, agitación, angustia y excitación a la vez. Vuelvo a sentir
la misma emoción pero distinta, casi que podría ser la protagonista… dieciséis,
diecisiete, dieciocho, diecinueve…
Tercer
acto: ya entré al palco veintiuno y me
encuentro en ese lugar neutral y pequeño que está entre la puerta de madera y
la cortina de terciopelo bordeaux. Final trágico. Podría esperar el tercer acto
de la ópera cuando la heroína sabe que le van a sacar el hijo y acepta… Una
mujer oriental, no puede decidir demasiadas cosas… Esperar la música conocida
para los finales trágicos, la voz de la cantante que hace de oriental
despidiéndose del hijo como un lamento. Hacerlo ahí, justamente cuando todos
los espectadores se pongan de pie en el final, pero no sería acertado porque el
público vería el espectáculo completo, por lo tanto no cambiaría nada, podría
quedar como parte de la tragedia del escenario, como otra decisión del
director, si Butterfly tiene cincuenta años en esta versión podría pasar
cualquier otra cosa rara. Entonces no,
el momento más importante del segundo acto es el ideal. Ahí sí que no
seré inadvertida, a lo mejor lo toman como un atentado o como un accidente ¿Qué
van a decir los diarios mañana? Trato de no pensar en eso.
Accedo al
palco número veintiuno, el escalón es muy alto cuando levanto la pierna derecha
casi se rompe mi pantalón, estoy hinchada y sangro. Arrastro los pies descalzos
por el piso de madera hasta la columna que separa el palco veinte del
veintiuno, apoyo mi mano izquierda en esa columna, subo a una de las sillas de
terciopelo, el pantalón se desgarra del todo. La joven japonesa de cincuenta
años insiste en que Pinkerton va a
volver porque la ama, su criada Suzuki intenta convencerla para que asuma que
eso no va a pasar. Pero Butterfly insiste y canta, eso marca la música, eso
resalta su canto.
Un bel
dì, vedremo
Levarsi
un fil di fumo
Sull'estremo
confin del mare
E poi la
nave appare
E poi la
nave è bianca.
Entra nel
porto, romba il suo saluto.
Vedi? È
venuto!
Io non
gli scendo incontro, io no.
Estoy
parada haciendo equilibrio en la baranda del palco, veo mis pies hinchados, el
esmalte rojo de las uñas agarradas como garras a la madera suave, abajo el gran
público mira el espectáculo, un poco más
a la derecha los músicos bailan con sus instrumentos guiados por la mano
del director, arriba del escenario Butterfly canta y llora, mi ojos siguen
hacia arriba y alcanzo a ver a María
Rosa en el Palco de enfrente, el número dos… el que tampoco se vende. Ella
intenta detenerme, me hace señas, aparentemente me nombra pero la música tapa
sus gritos, solo veo sus gestos, después sale corriendo por detrás de las
cortinas del palco.
El público
no se da cuenta de nada, es el momento más conocido de la historia, la del
escenario. Calculo el tiempo que María Rosa demora en correr por el pasillo
curvo desde el palco número dos hasta el veintiuno, tomé precauciones y cerré
el palco por dentro, tengo la llave en mi mano derecha. Escucho golpes en la
puerta detrás mío, la música supera los golpes y los gritos, Inés… Inés… Inés…
Me balanceo, estoy mareada, sofocada de calor y sigo sangrando, los pies y las
manos húmedas, la boca seca como una piedra, la llave se escapa de mi mano
derecha y cae al foso. Escucho tumultos en el palco veinte, accedieron por ahí
para detenerme. Aplauso al final del aria, me aturdo, luego quedo sorda, el
público grita ¡Bravo! ¡Bravo! Y yo
caigo, volando, descalza y sin alas.
(Silencio)
Desde
entonces ando por acá, ya no sangro, no necesito zapatos, el uniforme negro se
transformó en kimono, mi piel se puso blanca y mis labios resaltan en un rojo
intenso como una japonesa. Somos muchos los que quedamos en este teatro, en
todos los teatros, ustedes y yo, las voces acalladas por el fuego y el olvido.
Antes podía escucharlos, en los momentos difíciles sobre todo. Ahora los puedo
ver, sus caras, sus máscaras, sus vestuarios. Recorro cada rincón del teatro,
mármol, terciopelo, madera, metal dorado… cuando me aburro vuelvo al pasillo
curvo que me lleva al palco veintiuno y lo recorro, repito el ritual cada
noche, me vuelvo a parar en la baranda y
me dejo caer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario