sábado, 15 de agosto de 2015

Dejarse ir

Dirección: Mauro Molina
Sala: Abasto Socialclub; YATAY 666- CABA
ESTRENO: SÁBADO 1/8 


      3° puesto Género Teatro

CONCURSO LITERARIO DE LA SOCIEDAD DE ESCRITORES DE BUENOS AIRES (Argentina)






 “Dejarse ir”
________________________________________________________________________
De Luis Quinteros


Toda puesta en escena de este texto deberá contar con la autorización expresa de su autor.
  
En escena:
Fernando Musante, María Viau, Gabriel Yamil

Voz en Off:
Ricardo Martínez Puente

Diseño de vestuario:
Lara Sol Gaudini

Diseño de escenografía:
Jorgelina Herrero Pons

Diseño de luces:
Horacio Novelle

Música original:
Micaella Carballo

Diseño gráfico:
Exequiel Abreu

Prensa:
Ayni Comunicación, Romina Pomponio

Texto:
Luis Quinteros

Dirección y puesta en escena:
Mauro Molina


Aída:              Desde la hora del desayuno andan por ahí, son muchas e insistentes, no hacen ruido pero igual escuchás como si murmuraran. Nadie entra a tu mundo sin que vos quieras, pero ellas no piden permiso, te invaden.
Sos una mujer cualquiera que trabaja de lunes a viernes hasta las catorce horas. Tomás el colectivo y llegás al barrio donde naciste hace cincuenta años. La cuadra está tranquila, es el comienzo de la siesta, el sol está más fuerte que nunca, va a ser un fin de año caluroso, pensás. Siempre quisiste pasar las fiestas en un lugar donde hubiese nieve, como en las películas de navidad, como el papá Noel que está en el arbolito, parado en el trineo tirado por renos.
Cuando bajás del colectivo, caminás desde la esquina hasta tu casa, justo a mitad de cuadra, es el treinta y cinco cincuenta de la numeración. Esta combinación numérica fue la primera que aprendiste…Por si te perdés Aída, decía tu mamá. Vos repetías hasta el aburrimiento: Villanueva treinta y cinco cincuenta ¿Te acordás Aída de esa Aída?
(Pausa)
Las casas de tu cuadra fueron remodeladas una a una a medida que sus dueños, los que te vieron crecer, las fueron dejando. Mientras caminás, a la izquierda, pasan puertas laqueadas blancas, ventanas de vidrios fijos sin postigos, jardines abiertos con piedritas blancas o césped verde oscuro de hoja gruesa, luminarias de jardín y picaportes cromados, carteles de empresas de  seguridad y porteros eléctricos con cámara. A la derecha, como testigos del paso del tiempo, los árboles de siempre permanecen, altísimos,  no los derribaron de milagro, pensás. Caminás entonces entre lo viejo y lo nuevo, llegás a mitad de cuadra, tu casa no es la única excepción. Vos vivís en la del medio, a la derecha vive Ramón  con su mamá y a la izquierda vive Antonio con su mamá… Estás escoltada por los vecinos de siempre.
Abrís la puerta de la verja de madera color verde agua, cerrás la puerta y cuando girás para enfrentarte con el porche de entrada, te paralizás… Sabés que ellas te están esperando del otro lado de la puerta. Mirás para arriba, hay mucha paz, las cortinas de la ventana de la planta alta permanecen cerradas por el sol, para que a tu mamá no le moleste la luz… Cruzás el jardín caminando sobre las baldosas acanaladas bordeaux, llegás a la entrada, tocás el timbre y esperás. Aída, pobre Aída, con la excusa de que tu mamá no se asuste cuando abras la puerta hacés sonar el timbre, pero en el fondo tenés la inocente ilusión  de que ellas se van a ir porque llegaste vos, la dueña de casa. Te ponés en punta de pie con tu cuerpo pegado a la puerta para espiar por el vidrio, mirás el living por un agujero del tejido de la cortina. El televisor está encendido, no lo apagaste desde entonces... El documental sobre los esquimales está comenzando otra vez, se repite la programación, ya lo escuchaste de fondo varias veces en los últimos días.
Ramón:         La bandeja del almuerzo plagada de ellas, encima son esas coloraditas que cuando te pican, te matan, tengo que exterminarlas ¿De dónde vienen? Probé de todo, veneno en polvo, en aerosol, también fumigué por todos lados, adentro y afuera, pero no funciona, son inmunes o se hicieron invulnerables con el paso de los años, nada las aniquila. Como los antibióticos, llega un momento que no te hacen nada, por eso cada vez vienen más fuertes y te revientan el estómago.
El miércoles me saqué una muela y me recetaron antibióticos para prevenir la infección. Aída me regaló muestras gratis que le dan en su trabajo. Desde el jueves, me comenzaron a salir unas picaduras por todo el cuerpo, en un momento pensé que podían ser estas malditas, que me atacaron mientras dormía. Pero anoche me encontré con Antonio en la puerta y le conté, él me dijo que podía ser una reacción de los antibióticos, un efecto secundario, me dijo. Bañáte con agua fría y ponéte té de manzanilla, me recomendó. Le hice caso, pero igual no podía dejar de rascarme, la picazón no me dejaba dormir, prendí el velador, saqué la lupa del cajón de  la mesa de luz para leer el prospecto. En el cuarto de al lado ella tosió y a mí me dio una puntada en el agujero de la muela. Debajo de la lupa había una revista, la puse ahí para cuando no me puedo dormir, se la saqué sin que se diera cuenta de las pilas de revistas que ella tiene junto a la cama, elegí cualquiera, ya no puede controlarlas porque son un montón. Cuando ya no esté, voy a poder vender la colección completa, nunca dejó de comprarlas. No me deja cambiarlas de lugar, solo me autorizó a fumigarlas, por los ácaros.  Ella volvió a toser en su cuarto. El prospecto de los antibióticos estaba enganchado en la revista justo en el comienzo de un cuento, yo no lo coloqué ahí, se encajó solo. Empecé a leer por arriba el cuento La ley de la vida de Jack London, luego ya no me pude detener… Según la tradición, el viejo jefe de la tribu es abandonado en la nieve junto a una fogata. El viejo no debe ser una carga cuando la comunidad tiene que cambiar de lugar para ir detrás de los animales que cazan para comer... Ella tosió y se quejó como si yo hubiera leído en voz alta. Apagué la luz del velador desenchufándolo, para que no escuche el clic de la perilla, el roce de mi cuerpo con las sábanas sonó amplificado. Otra vez tosió, como indicándome que sabía que yo aún no dormía. Una mosca zumbó cerca de ni oreja, me tapé la cabeza con la sábana.
Ramón apaga un grabador de cassette y luego rebobina la cinta para chequear la grabación. Es un equipo de los años ochenta.
Antonio:    ¿Vas a estar bien esta noche? Vas a estar bien… ¿Tenés hambre? Seguro que sí… ¿Querés que me quede con vos? Querés que me quede. Bueno me quedo, no voy a trabajar ¿No voy a trabajar?...Te hice una tarta de espinaca como a vos te gusta… ¿Prendo la tele? Mirá, están dando un documental de esos que te gustan a vos, hoy a la tarde también lo pasaron, lo vi en la tele de la cocina mientras lavaba las espinacas…Sí, lo repiten… Después del documental pasan esa película de Anthony Quinn, la de los esquimales… ¿Escuchaste? Anthony Quinn, tu actor favorito. Me da un poco de vergüenza contar en el trabajo que me pusiste Antonio por Anthony Quinn… encima con el uniforme, varias personas me han dicho que me parezco…La película en la que se muestran las costumbres de los esquimales. Pasan el documental y luego la película… a los esquimales se los llama inuit, así se les dice ahora en Canadá y toda esa zona, esquimal ya no se usa porque es ofensivo. Esquimal quiere decir, el que come carne cruda o algo así…Claro, no tienen forma de cocinarla, en el medio de la nieve, sin ningún tipo de combustible ¿Te das cuenta? es lo que digo siempre, la naturaleza es sabia y nosotros nos adaptamos ¿Te dormiste? Mirá que es temprano todavía.
(Pausa)
A la hora de la siesta anduve por la huerta del fondo, desde ahí pude mirar la ventana de tu pieza, el sol justo me encandilaba a esa hora. Estuve parado sobre la tierra negra mirando las cortinas blancas que se movían apenas con la brisa e imaginé tu cabeza blanca apoyada en las cuatro almohadas.
Las ramas de los tomates se doblegaban hacia la tierra por el peso de los frutos, no los pude arrancar porque están inmaduros, sería prematuro hacerlo, pensé. A mi izquierda, junto a la pared que da a la casa de Aída, las espinacas crecieron verdes y vigorosas.
(Pausa)
Hay un mosquerío tremendo, debe ser el calor de diciembre, este verano las moscas son azules, de todos modos no uso ningún tipo de fungicida, me gusta que las verduras crezcan al natural, que se defiendan solas de las plagas. Ramón insiste en regalarme insecticidas para las hormigas y las moscas, líquidos para las plantas de tomate, pero yo no quiero intervenir con la naturaleza, si crecen bien, sino la plaga habrá ganado, es la ley de la naturaleza…de la vida.
(Pausa)
Esta tarde, Aída lloró junto a la pared, podía escucharla, no me animé a decirle nada, seguí hablándote a los gritos desde la huerta para disimular y que ella no se diera cuenta que la estaba escuchando llorar.
Vos no me respondiste, me asusté, las cortinas de tu ventana se movieron hacia afuera como si una fuerza invisible saliera de tu cuarto, una mosca se metió en mi oreja y me cacheteé para sacarla, miré de nuevo tu ventana, me corrió un frío por la espalda, me ardieron los ojos y corrí hacia adentro de la casa, subí los escalones de a dos y me tropecé en la escalera, me lastimé las rodillas con el filo del último escalón, llegué junto a tu cama.
Ramón enciende el grabador para escuchar la grabación, pone play. Mientras escucha, rocía el ambiente con una máquina de flit. Habla y extermina, la voz de Ramón grabada se escucha de fondo.
Ramón:         Hay por todos lados ¡Qué hormiguitas de mierda! Pero cómo subieron al plato de mamá… Tomen, tomen, tomen hijas de puta.  ¡Huy! Es la una y media, me tengo que ir, no voy a poder lavar los platos.
¿Y estas moscas? ¿De dónde salieron? Viene del patio y eso que fumigué hace poco. Son azules, no verdes ni negras. Debe haber una rata muerta o un gato. Tomen, tomen, tomen ustedes también hijas de puta. Ahora cuando me voy, cierro las puertas y ventanas y chau…  cuando vuelva voy a encontrar un cementerio de moscas y hormigas.
(Pausa)
La tendría que saludar pero ya debe estar dormida. ¡Qué fresca que está la casa! Afuera debe estar ardiendo todo, es la peor hora para salir, el sol de diciembre es mortal, menos mal que voy vestido de blanco.
La grabación termina y se produce un silencio. Ramón pone stop en el grabador. Toma un bolso de mano deportivo y un manojo de llaves que manipula.
 Me escapo, me escabullo como aquellas siestas de verano cuando papá y mamá dormían. Cierro la puerta de calle con doble llave y avanzo hasta la reja blanca, el picaporte chilla porque la cerradura está oxidada por el sol y la lluvia, todos los años hay que cambiarla, pienso y puteo moviendo los labios… La puta madre, esta mierda que siempre se pone dura, si hago demasiada fuerza y quiebro la llave cagué, si se me traba la cerradura voy a llegar tarde al trabajo… miro de un lado a otro, por suerte no hay nadie, la mayoría de la gente está trabajando desde temprano, solo algunos comenzamos la jornada por la tarde.
(Pausa)
Aída llora.
 A mi derecha alcanzo a ver a Aída con la nariz pegada al vidrio de la puerta de su casa, como tratando de espiar hacia adentro a través de la cortina de macramé. ¿Qué le pasa? No me animo a hablarle, la veo muy perturbada últimamente. Hago ruido a propósito con el picaporte de la reja para que ella escuche y al instante...
Cae el manojo de llaves de las manos de Ramón.
¡Un portazo! la llave superior cierra, luego la inferior y el pasador rebota contra el tope con un sonido seco terminando el movimiento ¡Toc!
Camino rápido por la vereda porque si pierdo el colectivo voy a llegar tarde y me pregunto…. ¿Por qué no le hablé? a lo mejor necesita algo y no se anima a pedírmelo. En el fondo sé que el insecticida que le regalé no funcionó, no me lo perdono.
Aída:             Ya ingresaste a la casa, cerraste con llave arriba y abajo, también con pasador ¡Toc! Ahora estás en el pasillo que une el living con la cocina. Vos sabés que ellas siempre están en el sector de la mesada, aunque a veces las encontrás por otros lados de la casa. Se te ocurre que puede ser la basura, entonces corrés hasta el tacho de la cocina pero está vacío, tuviste la precaución de sacar la bolsa anoche después de cenar, lo recordás claramente porque te encontraste con Antonio  que dejaba la basura en el canasto de su casa antes de irse a trabajar -Buenas noches-  te dijo.
Antonio:       Buenas noches Aída.
Aída:              Buenas noches Antonio.
Se escucha un cohete que vuela y luego explota.
Aída:           ¡Huy que susto! Ya empezamos con el baile de los cohetes - Él te sonríe vestido de guardia de seguridad, te hace acordar a Anthony Quinn, Antonio tiene la mirada triste como Anthony, te acordás de alguna película que viste, Anthony Quinn con el cuerpo fatigado vestido de soldado …
Se escucha la música de los títulos de la película “The Savage Innocents” de Nicholas
Ray que se asemeja a una melodía navideña. Como si saliese de un televisor.
Aída y Antonio se miran y sonríen.
La música se corta.
… vos girás rápidamente para volver a entrar a tu casa y que Anthony no vea que vos también sonreís  y descubrís de pronto, por sorpresa, la sonrisa de Ramón, que está llegando de trabajar con cara de cansado y la ropa blanca transpirada. Ramón se percata de que vos le sonreías a Antonio, esto te da mucha vergüenza, él te saluda.
Ramón:         Buenas noches Aída, ¿Cómo estás?
Aída:              Buenas noches- le respondés- Todo bien por suerte.
Se escucha un cohete que vuela y luego explota.
Aída:              ¡Huy que susto!
Ramón:         Gracias por los antibióticos ¿El insecticida sirvió?
Aída:              Sí muchas gracias,
Ramón:         ¿Seguro que sirvió? Yo veo cada vez más moscas azules. Se reproducen por minutos, eso quiere decir que están poniendo huevos y ese tipo de moscas solo pueden poner huevos en…
Aída:          Voy entrando porque esas explosiones me alteran- le decís mintiéndole y corrés hacia la puerta de tu casa, dejando la mirada de Ramón enfrentada con la de Antonio, cerrás con llave arriba y abajo, también con pasador ¡toc!
Antonio:       Buenas noches Ramón ¿Cómo andás?
Ramón:        Buenas noches Antonio ¡Qué suerte que no hace calor! Es una noche fresca.
Antonio:       Sí, es lo mejor, se trabaja más cómodo con el fresco.
Ramón:         ¿Cómo está tu mamá?
Antonio:       Bien, ya cenó y está durmiendo. Te encargo ¿Si escuchás algo raro me llamás? Yo vuelvo a las siete de la mañana como siempre.
Ramón:         No te preocupés, cualquier cosa te llamo, aunque desde mi casa no voy a escuchar mucho, Aída está más cerca de tu casa y con el sueño liviano que tiene…
Antonio:       No la quiero molestar, no la veo muy bien. Debe tener bastante con su mamá.
Ramón:         Tenés razón, no hay que molestarla.
Antonio:       ¿Cómo vas con la tuya?
Ramón:       Bien, digamos, hoy después de comer la dejé durmiendo, se debe estar por despertar, la pastilla que le doy en el almuerzo la relaja por varias horas, por eso me voy tranquilo, llego justo para darle la cena. Estoy dolorido y cansado, todavía me molesta la muela que me sacaron, el agujero ya no sangra pero me duele. Estoy molido, no paré de fumigar en toda la tarde, el calor trae las plagas y los teléfonos no pararon de sonar: moscas, mosquitos, cucarachas, ratas, murciélagos, hormigas, de todo.
Antonio:       Tenés ronchas en el cuello, a lo mejor te hizo mal algún insecticida…
Ramón:      Las tengo hace varios días, no se che… ¿serán las hormigas de mi casa que me picaron de noche? No las puedo combatir, también tengo moscas azuladas. Como dice el dicho: “En casa de herrero cuchillo de palo”
Antonio:  Son ronchas, no picaduras ¿Estás tomando alguna medicación por la extracción de la muela?
Ramón:         Unos antibióticos y calmantes que me dio Aída.
Antonio:     Es eso entonces, es una reacción alérgica. Bañáte con agua fría y ponéte té de manzanilla después.
Ramón:      Bueno dale, lo hago más tarde, mi vieja se debe haber despertado, ni tiempo para ducharme me queda, le tengo que dar la cena para que pueda tomar los remedios.
Antonio:       No deberías darle tanto, a lo mejor le hace mal.
Ramón:     El médico le recetó el relajante, es la única forma que tengo para ir a laburar, duerme toda la tarde hasta que llego y de noche cuando yo tengo que descansar, ella está despierta mirando el techo.
Antonio:    Mi mamá no toma nada, está todo el día con los ojos abiertos mirando la ventana. No emite palabra, solo pestañea. Se duerme a la noche después de cenar antes de que yo me vaya a trabajar, como si supiera, para que me quede tranquilo…
Ramón:      En fin, buenas noches Antonio, que tengas buena jornada.
Antonio:       Buenas noches Ramón, que descanses.
Se escuchan zumbidos de moscas.
Aída:         Antonio te regala tomates y plantas de espinaca de su huerta. Ramón te provee de distintos insecticidas, fungicidas, herbicidas, para que vos enfrentés tus plagas. Vos  les das muestras gratis de antibióticos, analgésicos, antinflamatorios y calmantes que te obsequian los médicos y los visitadores en el sanatorio.  Siempre se juntaron en las navidades y años nuevos, como buenos vecinos. Me parece que en estas fiestas, no vas a tener ganas, Aída.
Hace mucho que no ves a la mamá de Ramón, a la de Antonio tampoco pero por lo menos lo escuchás desde la medianera cuando él le habla, nadie responde, pero él le habla.
(Pausa)
Se escuchan zumbidos de moscas. Aída da manotazos al aire.
Ramón está saliendo para el trabajo, insulta otra vez, como ayer. Porque le cuesta abrir  la puerta de la reja, vos está parada en el porche y te metés rápido a tu casa para que no te hable, para que no te pregunte nada… sos una cobarde ¡Qué fresco está el living, a esta hora de la siesta no le pega el sol todavía! Estás encandilada, no ves demasiado pero escuchás  el televisor  prendido, nunca más lo apagaste, lo dejás de fondo para que tape el zumbido de ellas. Escuchás una voz de documental que habla sobre los esquimales, las palabras se te meten por los oídos y se hacen tuyas:
…Los ancianos se encuentran en una situación complicada. Los niños, aunque no lleven alimento a casa, lo llevarán en el futuro. Los ancianos han dejado atrás esta posibilidad, sin embargo demandan alimentos. Culturalmente ellos son conscientes de lo valioso que resulta su parte de alimento para la supervivencia del resto de la familia, sobre todo en épocas de escasez. Tanto es así que, llegado el momento, se despiden de su grupo familiar, y se alejan en la nieve, se dejan ir, se dejan morir…
Aída llora.
Corrés hacia la cocina, te abalanzás  sobre el tacho de basura pero está vacío, sacaste la basura anoche, recordás, porque te encontraste con Antonio  que dejaba la basura en el canasto de su casa antes de irse a trabajar …Comienzan los zumbidos en tus oídos, luego son murmullos, vienen del living y sabés que la pesadilla recién empieza, hoy están ahí, otras veces las ves por el baño, en tu cuarto, en el comedor diario, el cuarto de tu mamá está bien cerrado, tapaste hasta el hueco de la cerradura para que no entren ahí.  En el televisor comienza la película con Anthony Quinn haciendo de esquimal, escuchás la música y el sonido del oso polar que nada en el agua…tratás de olvidarlas pero ellas te persiguen a vos, andan por los lugares de la casa por los que te movés. El oso grita cuando los esquimales le clavan un arpón para cazarlo, ese chillido te perfora los oídos. Cerrás la puerta del pasillo que une el living con la cocina, pero igual sabés que es en vano, no te van a dejar en paz nunca, presentís. Clavás tus uñas en el granito de la mesada y mirás la pileta de la cocina de loza blanca, sacás la tapa y pegas tu oreja al agujero para constatar que no haya ninguna por la cañería, abrís la canilla de agua fría para que el agua corra por tu cabeza, sacás el shampoo  del cajón de los cubiertos que tenés para estas emergencias y hacés espuma con tu pelo, refregando, refregando, refregando… hasta que arde. Hay veces que tardan en irse del baño de arriba, así que usás el bañito de cortesía de la planta baja y te lavás en la cocina. Tenés una toalla blanca en el cajón de los repasadores, te la colocás en la cabeza como un turbante. Salís al patio y la música de los títulos de la película acompañan el momento, es una música ancestral… el calor que sube del pasto, no evita que te sientas sola en un desierto de nieve, como si estuvieses en el polo norte. Avanzás tomándote de la medianera izquierda y dejando caer  la ropa por el camino: zapatos, cinto, pollera, blusa van quedando detrás tuyo marcando el camino para que puedas volver. Caminás con lo ojos cerrados deseando que cuando levantes los párpados te espere Anthony Quinn vestido de esquimal en el fondo del patio y te levante en brazos… pero no, cuando abrís los ojos, no hay nadie.  Apoyás la frente en el ángulo que forman las dos paredes y llorás… llorás un rato largo porque sabés que tu mamá no te va a escuchar desde su habitación.
(Pausa)
Antonio:                   ¡Mirá que espinacas salieron este verano! ¿Las llegás a ver desde ahí? Calculo que si me pongo en punta de pie con la planta de espinaca sobre mi cabeza y estiro bien los brazos hacia arriba, el ángulo de visión desde la cabecera de tu cama permite que veas lo verde que están este verano. Voy a cocinar temprano, una tarta para la cena, así me llevo unas porciones al trabajo. Sí, tengo que prender el horno, no se puede hacer una tarta sin prender el horno. Los tomates están pesados, caídos contra la tierra pero están verdes, no los puedo cortar, ¿entendés? Si querés una ensalada, voy a tener que comprar.
Aída llora.
Antonio habla con más volumen.
Le voy a llevar algunas plantas de espinaca a Aída, ya debe haber vuelto del trabajo, seguro que ella también va a cocinar una tarta, están muy tiernas, se pueden comer también crudas, en ensalada
Se escuchan zumbidos de moscas, Antonio y Aída se palmean las orejas.
¿Me estás  escuchando? ¿Mamá? ¿Mamá? ¿Mamá?
Antonio corre.
Aída corre.
(Pausa)
Ramón:     Bueno otra día más de trabajo que se termina… ¡Qué mugrienta que tengo la ropa! por suerte es viernes… ¿Cómo se les ocurrió ponernos uniformes blancos? Con la primera fumigación, quedamos roñosos.   Esta cerradura de mierda ¡cómo la odio!  No la voy a cambiar, hasta que no pasen las lluvias, no la pienso cambiar. Aída no prendió la luz del porche ¡Qué raro! ¿Se habrá olvidado?
Se escucha la explosión de un fuego artificial.
                        ¡Pero la puta madre! ¡Cómo joden con esos cohetes!
(Pausa)
La oscuridad se ilumina por un momento con la explosión de la bengala y alcanzo a ver a Aída, me voy acercando despacio, escucho un sollozo. Ella está sentada en el banco junto a la puerta de su casa que permanece abierta. Tiene una toalla blanca en la cabeza y unas plantas de espinaca en sus manos. Las lágrimas que caen de sus mejillas brillan en la oscuridad. De adentro sale la luz del televisor y se escucha una voz de documental a todo volumen. La mamá de Aída debe estar mirando la tele, pienso.  Le hablo:
Buenas noches ¿Aída estás bien? ¿Te puedo ayudar en algo?
Aída:              Ya no sé qué hacer Ramón, están por todos lados.
Ramón:        Son las moscas de verano, ya llegaron a mi casa, además de las hormigas, ahora tengo tus moscas. Son azules, este verano son azules. Revisaste el patio ¿No tendrás algún gato muerto?
Aída llora.
No llorés. Debés tener problemas con el pozo negro. Me parece que vamos a tener que conectarnos a la cloaca, clausurar los pozos de una buena vez y olvidarnos del tema.
                     Tranquilizáte, hoy es viernes, mañana o pasado te puedo ayudar a fumigar si querés. Pero hay que desalojar la casa de personas y animales por un día, porque son unas bombas de humo que matan todo. Acá las tengo, las traje para mi casa, por las hormigas, pero te las doy a vos, hay una para cada ambiente. Tomá.
Aída:              No, dejá Ramón, son para tu casa.
Ramón:       Pero no mujer, yo traigo el lunes, puedo esperar. Además tengo que ver como la saco a mi vieja de la cama. Tomá, agarrá.
Que fuerte está el volumen, tu vieja está cada día más sorda.
Aída asiente.
Se escucha la explosión de un fuego artificial.
Ambos se asustan.
Aída:             Esas explosiones me ponen los pelos de punta.
Ramón:         Son una mierda los cohetes, yo no sé por qué a la gente le encanta quemar la plata. ¿Querés que te ayude a sacar a tu mamá acá afuera?
Aída niega.
Aída y ramón son iluminados por la luz de los fuegos artificiales.
Antonio:     Que susto que me diste hoy, pensé que habías partido. Me parece que vamos a compartir otra navidad, por suerte. Comiste toda la tarta de espinaca, me parece muy bien. Todavía sigue el documental, ya va terminar, escuchaste esa parte que dice que los esquimales, mejor dicho los inuit no le temen a la muerte porque creen que los muertos se reencarnan en los hijos, como que tienen a sus antepasados en sus hijos.  Ya te dormiste… aprovecho para irme, dejo el televisor muy bajito, la ventana abierta para que entre la brisa fresca, el arbolito de navidad que prende y apaga en tu cómoda y el espiral para ayuntar los mosquitos y las moscas que andan molestando. Vas a estar cómoda.
(Pausa)
Te beso en la frente y salgo, me vuelvo y te miro de nuevo. Salgo.
Llevo la bolsa de basura para dejarla en el canasto. Por suerte es viernes, último día de trabajo. Veo a Ramón y Aída que charlan, saludo-
Buenas noches-
Aída:              Buenas noches Antonio, último día de la semana por suerte.
Ramón:         Buenas noches. Vamos a tener que fumigar, hay moscas por todos lados, para colmo son azules.
Antonio:       Sí, en mi casa también hay. Pero no quiero fumigar… ¿Cómo hago con mi mamá?
Ramón:       Nos tenemos que organizar, a los tres nos pasa lo mismo. Salen de la casa de Aída. Si atacamos ahí me parece que queda resuelto. Debe ser el pozo negro.
Antonio:      ¿Estás viendo el documental sobre los inuit? ¡Qué fuerte que está el volumen…!
Aída:              ¿Sobre qué?
Antonio:       Los esquimales…
Ramón:        Su mamá está mirando, está medio sorda, la mía escucha hasta cuando me doy vuelta en la cama.
Aída:              ¡Qué lindo debe ser vivir en el polo norte!
Ramón:         ¿Cerca de papá Noel?
Ramón y Antonio se ríen.
Aída:              No hace calor como acá, no debe haber moscas…
Antonio:       Esa es la música final. Lo vi esta tarde.
Aída:           Yo también. Lo vi varias veces en estos últimos días… lo repiten y después viene la película de Anthony Quinn… en la que hace de esquimal.
Ramón:      Te acordás Antonio que siempre te decíamos que eras parecido a Anthony Quinn ¡Cómo te enojabas!
Aída:            Encima con ese uniforme estás igual que Anthony, en las películas que hizo de soldado.
Ramón y Aída se ríen. Antonio se fastidia.
Ramón:         Bueno che ¿Dónde está el espíritu navideño?
Antonio:      ¿Qué vamos a hacer este año? Tengo una caja navideña que me dieron en le empresa, si nos juntamos no compren nada dulce.
Ramón:         A mí me da igual.
Aída:           A los esquimales no les importa la navidad. Me gustaría que diciembre pase rápido.
Antonio:      Lo que a ustedes les parezca, por mí todo bien, mi mamá ni se da cuenta, o al menos no puede decirlo.
Aída:              La mía tampoco…
Se escucha la explosión de un fuego artificial.
Ramón:         Pero la puta madre, como joden con eso.
Antonio:       La querría saludar, pero se me pasa el colectivo y voy a llegar tarde, otro día ¡Hasta mañana!
Aída y Ramón saludan.
(Pausa)
Se escucha la explosión de un fuego artificial.
Ramón:         Y dale…
Aída:           Los esquimales viejos no pueden cazar, no pueden aportar alimentos a la familia, entonces, por propia voluntad, abandonan a su grupo y se alejan para morir adentrándose en la nieve, se dejan morir y así liberan a su familia de la carga que significa tener que alimentarlos y cuidarlos. Lo escuché en el documental que acaba de terminar.
Ramón:         ¿Eso dice? Mirá vos…casualmente  anoche encontré  un cuento en una de las revistas que compra mi vieja, esas revistas de colección, desde que lo leí no paro de pensar, hasta sueño con los lobos. La historia cuenta sobre una tribu que abandona a los viejos en la nieve cuando tienen irse a otro lugar siguiendo a los animales que se alejan del frío. Van detrás de los animales que pueden cazar para alimentarse y no pueden llevar a los viejos de acá para allá.
Aída:           Nosotros no lo podemos entender… esas costumbres digo ¿Cómo hacen los esquimales viejos que no pueden caminar?  Los que tienen la voluntad de abandonar a su familia pero no pueden alejarse solos ¿La familia los abandona? Eso ya es otra cosa…
Ramón:         En el cuento, el jefe de la tribu se da cuenta que lo van a dejar, como él hizo con su padre y este con su abuelo. El viejo está ciego, solo puede escuchar. Cuando su hijo vuelve para despedirse por última vez, él le dice que es la ley de la carne, que la naturaleza no es bondadosa con la carne.
El anciano se acuerda de algo que vio en su juventud, una jauría de lobos atacaba  a un viejo alce que había sido rezagado de su rebaño. Sabe que ese es también su destino. Al final siente un hocico húmedo en la mejilla, una manada de lobos lo rodea esperando que la fogata se apague para devorarlo. La ley de la vida se llama el cuento, de Jack London.
(Pausa)
Aída:       ¿Y nosotros Ramón? ¿Cuándo vivimos?  ¿Cuándo nos ocupamos de nosotros?
Ramón:         ¿Quién se va a ocupar de nosotros?
Aída:         Nos pasamos la vida poniendo las cosas en su lugar. Ordenando todo.
Ramón:      Fumigando todo. La casa protegida por todos los costados de las amenazas….pero las plagas nos siguen persiguiendo.  
Aída:            Me encantaría estar sola pero no me quiero quedar sola.
Ramón:    Me gustaría volver el tiempo atrás. A lo mejor si me hubiese ido antes. Yo siempre digo, a nosotros tres nos van a sacar con los pies para delante de nuestras casas.
Aída se impresiona.
Ramón:         Disculpá, es un dicho.
Aída:              Es lo que tenemos. La casa llena de recuerdos.
(Pausa)
Ramón:      ¿Querés que te ayude a sacar a tu mamá a tomar el fresco?
Aída niega con la cabeza.
Aída:              Ya se durmió.
Ramón:         La mía me debe estar esperando, ya es hora de su cena. Cualquier cosa que necesités avisáme.
Aída:              Gracias Ramón, sos muy bueno. Que descanses.
Se escucha la explosión de varios fuegos artificiales, de a poco van desapareciendo.
Se escucha la música de los títulos de la película “The Savage Innocents” de Nicholas
Ray que se asemeja a una melodía navideña, como si saliera de un televisor.
Aída se quita la toalla blanca de la cabeza y mira el cielo. Ramón se le acerca y se toman de las manos, luego se abrazan y finalmente se besan. Ramón la toma en brazos y la deja en la puerta de su casa.
 (Pausa)
Antonio:      Vuelvo a mi casa con la urgencia de siempre, no quiero demorarme. Muy pocos pasajeros viajan a esta hora, algunos me miran porque parezco un loco hablando solo. Establezco un diálogo con vos a la distancia, para que te quedés tranquila y esperés a que yo llegue.   Ya está aclarando, por suerte ya es sábado, hasta el lunes a la noche no me toca. Estoy pensando que hoy te voy a bajar de la habitación para sentarte debajo del árbol del fondo, da buena sombra,  así ves la huerta de cerca, todo crece cada vez mejor.  No sabés las ganas que tengo de escucharte, de que me digas algo, oír un cuento de tu boca, casi no recuerdo tu voz. Fuimos cambiando, vos ya nos sos esa mujer que recuerdo mirar desde abajo y yo ya no soy tu hijo chiquito,   nos fuimos acostumbrando a nosotros mismos. Miro las fotos y ahí te recupero, pero la voz no la puedo recordar. Cierro los ojos y escucho tus palabras, tus tonos, tus matices por segundos, el ruido del colectivo se aleja por un instante.
(Pausa)
                    Abro los ojos con el grito del chofer, me dormité. Me grita para que me baje, ya me conoce, sabe dónde me bajo. Las piernas apenas me responden, me duelen las rodillas, mi cuerpo ya no puede trabajar de noche, se cansa más.  
                   Camino por el barrio desierto, algunos chicos llegan de los boliches a sus casas y gritan cosas por la calle, tiran cohetes y se ríen…el frenesí de la juventud, el entusiasmo navideño, pienso. Me queda una cuadra que parece eterna, ganas de llegar y sacarme los zapatos, subo la vista hacia las copas de los árboles de nuestra cuadra y veo un humo gris, raro, estimo que sale de casa, acelero el paso pensando en todas las posibilidades: un cortocircuito, el arbolito de navidad de tu cómoda,  quedó una hornalla prendida y se prendió fuego la cortina de la cocina, algo cayó sobre el espiral que dejé prendido en tu habitación, una cañita voladora entró por la ventana. Me desespero, empiezo a correr, el corazón me golpea el pecho, me duele la boca, tengo la garganta seca, no puedo pedir ayuda, solo corro y la energía me desborda así que me caigo y me rompo las rodillas, me levanto y sigo, la sangre se pega al pantalón roto de mi uniforme. Llego a mitad de cuadra y veo que el humo sale de la casa de Aída, por la ventana de la planta alta, la habitación de su madre, un enjambre de moscas azules se aleja como una nube de humo negro. Salto la verja de madera, intento derribar la puerta pero no puedo. Ahí recién me sale la voz ¡Ramón! ¡Ramón! ¡Socorro!
Ramón:     Salto de la cama por los gritos de la calle que me nombran: ¡Ramón! ¡Ramón! ¡Ramón!
Antonio:       ¡Aída! ¡Aída! ¡Aída!
Ramón:         Reconozco la voz de Antonio, salto de la cama así como estoy, en calzoncillos, mi vieja grita desde su habitación: ¿Qué pasa Ramón? Bajo la escalera corriendo. Abro la puerta y el manojo de llaves se me cae de las manos.  Salto la verja de un envión y caigo al jardín de Aída, me da una puntada en el agujero de la muela ¡Antonio grita!
Antonio:       ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Fuego!
Ramón:         ¡No es fuego! ¡Son las bombas de fumigación!- Tiramos la puerta abajo y encontramos a Aída acostada en el pasillo del living, no la puedo sacar, está muy pesada, no puedo solo. Me ayuda Antonio. Sacamos a Aída con las piernas para adelante. Le da el aire y reacciona llorando apretando el cuello de Antonio con un brazo y mi cuello con el otro
¿Qué hiciste? ¡Te dije que hay que desalojar personas y mascotas por veinticuatro horas!
Antonio:       ¡Aída, soltáme! ¡Soltáme! ¡Hay que sacar a tu mamá!
Aída:              ¡Mi mamá está muerta! ¡Muerta!
(Silencio)
Aída llora     
                  ¡Hace quince días que está muerta! Al principio parecía que dormía, por momentos hablaba, estoy casi segura, escuchaba su voz desde su habitación, incluso con el televisor del living a todo volumen. Un día bostezó con los ojos cerrados y me quedé tranquila. Al principio dudé porque yo llevaba la bandeja con la comida a su habitación y cuando la retiraba solo quedaban restos. Pero las moscas empezaron a aparecer, ya no podía evitar la verdad. Intenté combatirlas por todos los medios pero no hubo caso, se extendieron por toda la casa. Mi mamá no está, estoy sola de verdad ¿A quién voy a cuidar? ¿¡Qué voy a hacer ahora!?